La corte de los ilusos, novela de Rosa Beltrán


La novela histórica desde una perspectiva femenina

Los lectores actuales seguimos teniendo marcada preferencia por la novela histórica. La corte de los ilusos que “reinventa la vida y muerte del único emperador mexicano, don Agustín de Iturbide”,nos atrae por la sola enunciación de su tema. Y nos seduce aún más porque el estilo ameno y sugestivo de su autora Rosa Beltrán -académica de profesión, pero escritora de vocación- nunca deja caer el interés de los lectores. Si acaso éstos se desconciertan cuando advierten que quienes focalizan las secuencias narrativas son personajes aparentemente secundarios, muy pronto se percatan de la eficaz estrategia de la narradora. El primer capítulo abre con Madame Henriette, la costurera francesa encargada de confeccionar el uniforme de gala que lucirá el emperador el día de su coronación; el bien medido desdén de esta mujer por la farsa que se avecina pone a los lectores sobre aviso. Comprendemos que se trata de una visión distanciada, pero a la vez comprensiva de la historia. La estrategia de Rosa Beltrán nos lleva a considerar que algunos de los personajes que forman el círculo más íntimo de la Corte poseen su propia verdad, así raye ésta en locura, como es el caso de princesa Nicolasa, hermana “incómoda” del Emperador, quien es certeramente dibujada por la narradora como una sesentona mujer enamorada del joven capitán Antonio López de Santa Anna.
Otro personaje a quien advertimos atrapado en la confusión de las formalidades, sin discernir entre sus papeles de esposa y madre es Ana María, la mujer del Dragón, quien sufrirá de celos atroces a causa de la Guera Rodríguez, legendario personaje, que en esta novela se vislumbra como una mujer con afanes de libertad y conocimiento superiores a los de su entorno.
Y también desfilan en esa Corte otros señeros personajes como el rebelde Fray Servando Teresa de Mier, quien conquista la admiración de Rafaela, la sensata prima de Iturbide. Estos últimos personajes, que anuncian una etapa por venir, contrastan con el obispo José Joaquín Pérez, representante de un clero acomodaticio y sin convicciones.
Sin embargo, Rosa Beltrán no solamente evoca para nosotros un tiempo ido. Predomina en su novela la intención de recrear el lenguaje y las costumbres de una época particular. La nación, que recientemente estrenaba nueva forma de gobierno, estaba llena de formas que pertenecían a la Ilustración dieciochesca, tales como el “Catecismo de urbanidad civil y cristiana”, los “Tratados de obligaciones de los hombres en sociedad”, las “Máximas morales dedicadas al bello sexo”, los “Métodos para aprender bailes sin el auxilio del maestro”, las “Máximas de prudencia”, los “Avisos” que aparecían en los periódicos, las advocaciones y jaculatorias, las novenas, las hagiografías que presidían los almanaques más populares como el famoso calendario de Galván, las “Advertencias” escritas en verso a la entrada de los conventos, las Consejas o sentencias, que la escritora escoge como epígrafes de cada capítulo. Asimismo aprovecha e integra a la narración las décimas que definían a una “mala mujer”, los sermones, los discursos sobre “la educación de la mujer y su influencia en la sociedad”. Todo lo anterior preside cada uno de los diecinueve capítulos que conforman la novela y contrasta con el tono irónico de los intertítulos, entre los que destaca el último por su atinada síntesis del sentido de la novela: “Las mujeres y los niños creen que veinte años y veinte pesos no se acaban nunca”.
No obstante, el trágico final de Iturbide es narrado en un tono mesurado en el que la imaginación cede su lugar a la escueta relación de de los acontecimientos históricos. Es en este contraste donde la novela alcanza su punto más alto. Según la escritora, fue madame Henrriete, la modista francesa que había sido la encargada de vestir a un iluso emperador, también la indicada para amortajar con respeto al hombre que creyó necesaria su presencia en el país que había acompañado en sus primeros pasos por los caminos de una incipiente e imperfecta autonomía política. El desdén del personaje da paso a la compasión en la desgracia, simbolizando con este solo gesto una perspectiva histórica más comprensiva. No es casual que la comprensión proceda de una mirada femenina.
Es así como Rosa Beltrán invita a los lectores a transitar por una de las etapas más polémicas e incomprendidas de nuestra historia.

Beltrán, Rosa, La corte de los ilusos, (Colección: Narrativa Mexicana Actual), España, CONACULTA, Planeta, 2000.

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