La Ciudad y el viento 

La ciudad y el viento :  el realismo poético[1] de Dolores Castro

 

 

Dra. Martha Lilia Sandoval Cornejo

Departamento  de Letras , UAA

Comienzo este ensayo, destacando que la novela La ciudad y el viento de la poeta  la  Dolores Castro ha sido poco valorada por la crítica y los lectores. Al respecto declara la escritora:

Escribí una novela que publicó la editorial Ficción de la Universidad Veracruzana, se titula La ciudad y el viento. Cuando la novela fue editada, concretos, vivenciales y autobiográficos que se desprenden de esta narración. hicieron una crítica muy severa porque era poética y decían que no se podía mezclar lo poético con lo narrativo y ahora ¡es un subgénero en la narrativa! Eso me lo dijo un investigador norteamericano que vino cuando yo cumplí los 80 años en la Universidad. [2]

La ceguera de la crítica consiste en un prejuicio común en nuestros días, en los que acostumbramos a analizar, a desmenuzar los textos, a clasificar, a encajonar; empero, se nos dificulta entender las propuestas que muestran una mezcla de géneros, y este obstáculo puede conducir a dejar a ciertas obras literarias fuera del canon de la literatura. Por ejemplo, hasta donde conozco, La ciudad y el viento no aparece de los estudios que se han hecho sobre la novela cristera.

Este ensayo pretende destacar que si bien el relato está basado en situaciones históricas, éstas son abordadas con sensibilidad, ironía, imaginación, lirismo, capacidad de observación, sencillez, e indulgencia ante los errores humanos; es decir, se trata de un texto lleno de realismo poético, lo cual sugiere que no podemos separar a la Dolores poeta, de la Dolores narradora Al contrario, apreciaremos mejor su novela si la relacionamos con las principales características de su poética, al mismo tiempo que podremos comprender mejor su poesía si tenemos presentes algunos aspectos históricos.

 

Cuando Dolores Castro publicó la novela La ciudad y el viento (1962), ya tenía tras de sí una importante obra poética que comenzó en 1949 con su poemario El corazón transfigurado.  Después de la mencionada narración, la escritora continuó su trabajo como cultivadora del género lírico y ha publicado otros nueve libros de poemas.[3] Como vemos, el género narrativo constituye un paréntesis en su escritura, primordialmente poética. Aquí cabe la pregunta: ¿Qué motivó a la poeta a expresarse en un género poco frecuentado por ella? Quizá fue el asunto de carácter histórico, pues lo que relata está ubicado temporalmente en una de las etapas de la guerra cristera. El tema, que ha motivado a pronunciarse a poetas y a narradores, es un asunto socorrido, tanto por escritores noveles, como por los grandes maestros del idioma. Y es que una guerra siempre deja una huella indeleble. Dolores Castro relata que su primer choque con la realidad fue la visión de una ciudad desolada. Si pensamos que su poética de tiene como principal característica la contemplación, corroboramos que su única producción narrativa proviene de la misma raíz:

En mi infancia lo que contemplaba y me chocaba era una ciudad totalmente devastada, porque Zacatecas así quedo después de los dos principales enfrentamientos de villistas y zapatistas,  acabaron con Zacatecas, menos el centro histórico, pero todo lo demás eran tapias derruidas. Ese fue mi primer enfrentamiento con algo. [4]

Habrían de transcurrir varios años para que sus vivencias tomaran una forma narrativa; para que Dolores nos contara un relato, distinto de la historia oficial, un relato surgido del recuerdo y la memoria. La escritora ha evocado en varias entrevistas que el rescoldo que la Revolución dejaría en ella, no sólo estaba lleno de imágenes devastadas, sino además contenía una gran violencia. La revolución cristera, en su memoria, fue la última etapa de una lucha que había empezado varios años atrás:

Zacatecas estaba casi destruida por dos de los combates más sangrientos de la Revolución Mexicana. Crecer entre ruinas tiene un impacto muy grande, no me explicaba qué era lo que había sucedido. Lo poco que quedaba era la Catedral, la Plaza de Armas y nada más allá de casa de mi abuela, justo antes de la estación de ferrocarril. Se hablaba mucho de la Revolución, del hambre que se había padecido, de los muertos. Yo sentía que eso estaba muy lejano, lo cual no era tan cierto porque nací en 1923. La Revolución en la etapa armada había casi terminado en 1921, pero todavía coexistían en la República varios grupos rebeldes que estaban hacia el norte en Chihuahua y Durango. Además de las ruinas había una gran violencia porque hubo grupos muy importantes de Cristeros. Me di cuenta de la magnitud de esta violencia por diversos episodios. Recuerdo el del hijo del doctor más apreciado, que lo apresaron en una forma totalmente ilegal cuando estaba platicando por la reja con su novia. Se lo llevaron y no apareció en tres días. Toda la población estaba indignada y al cuarto día encontraron su cadáver en uno de los cerros vecinos. [5]

Frente al universo caótico y ruinoso que Dolores Castro evoca en sus remembranzas, en su novela, la escritora se afirma en su  intención de resaltar lo indestructible por encima de lo accidental y transitorio. El título ya nos dice mucho. La ciudad y el viento es un binomio poderosamente significativo: por un lado, sugiere que la trama se centra en una ciudad, ese ámbito donde se supone que los seres humanos nos reunimos desde antiguo para cuidar los unos de los otros. Falsa suposición en ciertos casos. El íncipit, no deja lugar a dudas: Se trata de “[…] una ciudad devastada por un incendio, en la que no han acabado de arder las gentes ni las cosas”.[6] Empero, el viento sugiere a los lectores la posibilidad de que exista un ente capaz de dispersar el fuego, de agotarlo. El viento de esta novela es como lo define la misma Dolores “un ente casi metafísico, lleno de fugacidad, de fuerza, de sonido”. [7]

En consecuencia, si el incendio más reciente al que se refiere la narración es la guerra cristera, el relato evoca aún rescoldos de la Revolución con su ola de pérdidas, con sus personajes -bárbaros algunos, idealistas otros- que habían dejado hondas secuelas en la vida de los seres que habitaban esa urbe en el momento de la historia. ¿Cómo logra Dolores Castro trasmitirnos toda esa compleja realidad en una novela de menos de cien páginas?

Ella misma explica su necesidad interna de ser breve: “No me gusta escribir por ejercicio, sino cuando hay una verdadera necesidad de expresión. Tiendo a escribir una verdad con intensidad y el menor número de palabras.”[8] Así, en ésta su única narración, Dolores Castro no deja de ser poeta, por el contrario, su trama se nutre de un realismo poético, gracias al cual puede dibujar con unas cuantas pincelas una galería de personajes representativos de su momento.

Para lograr dicha densidad, Dolores Castro acude a la síntesis y expresa  en pocas palabra y en contados personajes, cómo la Revolución no solamente ametralló a las poblaciones, sino que arrasó a una generación, pues la volvió incrédula y contradictoria. Fruto amargo de esa generación es, según la novela, Alberto García de Alba, el hijo del gran general revolucionario, quien parece llevar desde niño, como un hueco, la ausencia de una identidad.  Solidario con los marginados, se refugia en el campo, pues, “se siente mejor compartiendo la miseria de los campesinos que viviendo en una ciudad que lo ahoga”.[9] Solidario, sí, pero sin encontrar su propio camino, porque ya no puede acogerse a la tradición, pero tampoco se siente `preparado para asumir los rápidos cambios que ha sufrido su mundo en unos cuantos años.  Por lo tanto, no pudo ser como hubiera querido su padre, pero tampoco como él mismo hubiera deseado. “Se contradicen dentro de mí mis creencias, afectos, finalidades. A veces creo que soy católico, otras casi me siento ateo, estoy bien dispuesto para con todos, y no los soporto cerca de mí”.[10] Este personaje trágico será inmolado, al final de la historia, no por llevar en sí mismo el signo de la contradicción, sino porque su confusión interna pasa a ser un signo exterior. Son sus vecinos quienes ejecutan su muerte al confundirlo con un ladrón y un usurpador.

Dos tiempos se reúnen en este relato: uno transitorio y precario y otro eterno y permanente; por una parte, los acontecimientos narrados pertenecen a la tierra colorada de Zacatecas  ya al tiempo de la segunda Cristiada, en 1934; por otra, su trama nos conecta con personajes que representan a los seres humanos que persisten, que se reconocen como parte de una tradición occidental judeo-cristiana, quienes afirman que la estancia en esta tierra los ubica “en un valle de lágrimas”.[11]  

En consecuencia, se percibe que los personajes se debaten entre el presente y el pasado, que conviven con otras presencias, con sombras familiares que se mueven en ellos internamente, como si el presente en el que se desarrolla la anécdota viniera jalonado de muy atrás y los conectara con una sociedad herida desde antiguo, una comunidad integrada por “pecadores”, es decir, por seres falibles y débiles, cuyos errores van creando la atmósfera irrespirable de la ciudad. Éste es tema central de la novela. La tensión entre el pasado y el presente da a la narración su verdadero sustento. El otro hilo que la sostiene son las acciones de los personajes que ya reunidas forma una línea, que no por predecible, resulta menos inquietante. Sus motivaciones y sus hechos se entretejen en una trama donde el personaje principal es conducido a la muerte en medio de una tragedia de equivocaciones.

El realismo poético de Dolores Castro no excluye los elementos grotescos, sino que los incorpora de manera eficaz para mostrarnos que una tragedia se teje desde muy atrás, tiene su origen en las pequeñas fallas, en las disculpas habituales y trilladas como las del personaje que encarna Manuel Berumen, el guardián del abandonado convento de San Francisco, quien representa a esos católicos que justifican sus robos y latrocinios a la misma Iglesia con las razones que siempre han esgrimido los pragmáticos: la necesidad de sobrevivencia. La narración lo presenta como un ser frustrado que no soportaba la humillación de ser pobre. Casi del mismo talante, pero aún más endurecido, era don Pascual Lara, quien como prestanombres de las propiedades eclesiales se había quedado con éstas, sin reconocer en dicha acción la menor maldad. Católico de apariencia, tiene que mantener su fachada de hombre de bien, a costa del férreo control que se impone a sí mismo y a su familia.

 En este juego de personajes equívocos, sobresale una ardiente propagadora de un fuego no tan divino, aunque ella pretenda lo contrario. En la beata Dolores Llamas, quien en su nombre lleva inscrito su misterioso destino, la escritora representa, con este personaje, la actividad irreflexiva, impregnada de fanatismo de muchas personas: es la “la beata que huele la muerte” y como tal predice siempre “una nueva y violenta persecución religiosa”, urge a los católicos a “permanecer unidos”, rezando en las propias casas, en la época en les han prohibido entrar en las iglesias. Mas esta religiosidad no excluye, sino que atiza un ardor menos santo: Dolores azuzará a la multitud exaltada para que realice el linchamiento de un ser que resulta ser inocente, e incluso será ella misma quien ejecute el crimen.

El retrato de singular realismo con el que la escritora describe a este personaje sugiere las hondas pulsiones sociales que este tipo de mujeres atrajeron sobre si mismas: “Dolores y su pelo blanco que le nimbaba la cabeza. Los ojos resplandecientes, agudos, el pecho resoplante, en contraste con sus movimientos tardos, pesados, que balanceaban su cuerpo al son de sus palabras con solemnidad sobrecogedora”.[12] Esta fulgurante imagen externa tiene una correspondencia con la descripción de su ser interior. El relato la presenta como la mujer que no podía verse al espejo sin naufragar. La metáfora sugiere que detrás de su activismo no había nada, salvo una maraña de preguntas que el personaje nunca tuvo tiempo de responderse. El desenlace revela a los lectores una verdad casi evidente: el activismo había encubierto sus ansias de matar, de hacer justicia a su modo, El trágico final de esta novela cuestiona, el “fervor” de los pragmáticos, les advierte que estuvieron siempre equivocados y que la guerra cristera, como toda guerra, fue una lucha fratricida. 

La muerte de los inocentes pone en entredicho las razones invocadas por los cristeros, pero también las proclamadas por los gobiernos. El relato enfatiza cómo los subordinados asumieron irreflexivamente el discurso oficial de los regímenes  revolucionarios. En La ciudad y el viento esta circunstancia se destaca a través de recursos retóricos de la poesía. Neftalí es un policía que ha estado persiguiendo al que considera dirigente cristero hasta que consigue llevarlo al cerro para aplicarle la “ley fuga”. La poeta usa un estribillo para marcar la ironía de esta situación y desmantela con éste la falsedad del argumento favorito de todos los autoritarios Repite que mientras duró todo el proceso, detención, tortura y muerte del sublevado cristero, “Neftalí pensaba en la justicia”.

En la muerte de Alberto García de Alba, el personaje que representa al liberal, al hacendado venido a menos, pero también al honesto y solitario padre de Estela, hay una especie de fatalidad que se cumple puntualmente. Era un personaje destinado a la muerte y la narración va dando indicios al respecto, desde las primeras páginas. Pero este acontecimiento tiene su contraparte en el asesinato, fraguado por las autoridades políticas, de Jesús Garay, el presunto cristero. La muerte de Alberto se deberá a la confusión y al fanatismo; la de Garay, al fanatismo político y a la intolerancia. Estas dos líneas de acción representan las dos visiones que dividieron a la sociedad en los tempos del relato: la política y la religiosa; sin embargo, el relato las muestra tan profundamente entremezcladas que confluyen en una sola. Por lo tanto, el sentido profundo de la novela es develarnos la sinrazón de la muerte del liberal, pero también la infamia que significó matar al cristero. El último sentido es señalar la injusticia radical de toda muerte.

Junto a las anteriores líneas de acción, en las que están implicados los varones, La ciudad y el viento destaca cómo las mujeres percibieron con alivio los cambios que trajo consigo la Revolución. Se percibe que las mujeres, antes siempre en su casa, se constituyeron en un grupo que tomó conciencia de sí mismo. Si bien uno de los personajes femeninos declara a nombre de sus congéneres su condición de seres sujetos al poder del hombre: “No podemos ser libres, no podemos estar solas”,[13] el mismo personaje es descrito como una joven rebelde, que pasa a juzgar a voz en cuello a la hipócrita sociedad de su tiempo. Asimismo, exhorta a otras mujeres a dejar la pasividad, y a “dar ejemplos de valor”.

Conciencia, rebeldía y equilibrio parecen ser las características que definieron en esta época a los personajes femeninos. Estela, la hija de Alberto y nieta del general, es quien, según el relato, representa la síntesis y el equilibrio entre las fuerzas que desgarraban  a la sociedad de su tiempo. En Estela, la escritora encarna a la mujer cuya índole firme, pero modesta y solidaria, se fue acrisolando conforme lidiaba con las oposiciones en su misma casa. “Estela se había formado en medio de las luchas religiosas. Quizá esto mismo le había templado la fe y la esperanza. Las dos corrientes de su familia: liberalismo en los hombres, profunda catolicidad en las mujeres, le fluían armónicamente por las venas, y podía tratar con caridad a los creyentes y a los herejes”.[14] De manera que, cuando muere Alberto García de Alba, ella es la única que puede interpretar esta tragedia en un sentido vindicatorio. La escritora crea en Estela una solución poética al conflicto que dividió a la sociedad en los años de la Cristiada. En el desenlace, el personaje expresa su proyecto humilde pero realista: “vivir pobre, olvidada, incrustada en la solidez de un regazo áspero y amoroso como la tierra”. [15]

 Con justicia Dolores Castro, ha dicho “La literatura tiene que decir algo, algo de lo más secreto de cada quien”.[16]Así, dueña de un singular realismo poético revela en La ciudad y el viento el profundo sentido de una realidad histórica que, de modo general, hemos tardado mucho tiempo en reconocer. Esta narración se nutre de sus evocaciones, pero también se sostiene en su vocación creadora. Esto le permitió configurar un relato para reescribir la historia oficial, para matizar algunos lugares comunes, para desvirtuar algunas visiones dicotómicas o parciales de una realidad compleja, y por último, para sugerir un sentido poético a una realidad desgarradora.  

 

Fuentes

APPENDINI, Guadalupe, “Dolores Castro nació poeta, dijo el maestro Pérez Miranda”, en Excélsior, 14 de diciembre de 1990.

BARAJAS, Benjamín, “Realismo poético de Pablo Neruda”: la "Oda a un albatros" y "El albatros" de Baudelaire”  Revista chilena de literatura número 65, 13-29, abril 2004, en  http://www.periodicodepoesia.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=458&Itemid=1

BARRIOS, Gabriela E. / BÁRCENAS, Leticia, Entrevista a Dolores Castro Varela,  “La literatura tiene algo que decir de lo más secreto de cada quien”, El Heraldo, 14 de sep. de 2009.

BERNÁRDEZ, Mariana "Crecer entre ruinas. Dolores Castro: la sencillez y las velas" en Periódico de poesía, Nueva época, núm. 15, México D.F., 2008. 

CASTRO VARELA, Dolores, Río memorioso. Obra reunida, Aguascalientes, UAA, 2009.

 



[1] En el arte contemporáneo se encuentran expresiones de realismo poético en el teatro, el cine y la literatura. Se define de modo general como la búsqueda de la inspiración en lo más hondo de la realidad y en transmitir esa realidad con sensibilidad, ironía y cierta benevolencia hacia la condición humana.

[2], Idem.

[3] Una edición de las obras completas de Dolores Castro la publicó la Universidad Autónoma de Aguascalientes en 2009, con el título de Río memorioso. En ésta se incluyen además varios poemas inéditos y sus ensayos sobre literatura  y poetas. Las citas de la novela proceden de esta edición.

[4] Carmen Amato Tejeda, “Dolores Castro y el arte de la contemplación”, 14 de abril de 2011. Occursuhttp://iluminadoelmundoyyodespierta.blogspot.com/2011/04/dolores-castro-y-el-arte-de-la.htmls.

[5] Mariana Bernárdez. "Crecer entre ruinas. Dolores Castro: la sencillez y las velas" en Periódico de poesía, Nueva época, núm. 15, (México D.F.), pp. 10-17.

[6] Dolores Castro, La ciudad y el viento, p. 289.

[7] Bernárdez, idem.

[8] Guadalupe Appendini, “Dolores Castro nació poeta, dijo el maestro Pérez Miranda”, en Excélsior, 14 de diciembre de 1990.

[9] La ciudad y el viento, p. 296.

[10] Ibid, p. 355.

[11]  Ibid., p. 307.

[12]Ibid., p. 321.

[13] Ibid., p. 304.

[14] Ibid., p. 301.

[15] En este sentido, la escritora también se compara a sí misma con un ave que es símbolo de humildad y sobrevivencia: la tórtola, de la cual Dolores se ha expresado en términos muy similares: A menudo nos sorprende su temblor como si fuera un puño de tierra entre las manos que de pronto, mediante un soplo, se hubiese decidido a volar y a cantar”. Ibid., 364.

[16] Gabriela e. Barrios/ Leticia Bárcenas, Entrevista a Dolores Castro Varela,  “La literatura tiene algo que decir de lo más secreto de cada quien”, El Heraldo, 14 de sep. de 2009, en http://desmesuradas.blogspot.com/2009/09/entrevista-con-la-poeta-dolores-castro.html


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