J. M. Coetzee y Fiodor Dostoievski

ENTREGARSE A LA LECTURA
El maestro de Petersburgo del escritor sudafricano J. M. Coetzee es un relato basado en un episodio de la vida de Fiodor Dostoievski, pero también es un homenaje a las técnicas de la literatura realista, y una alusión a la metafísica de la creación literaria. El texto, traducido por Miguel Martínez Lage, se distribuye en México por la editorial Debolsillo en su colección Contemporánea con un título que resulta sugerente porque remite de modo inmediato al mencionado escritor ruso y porque apunta a la idea de que el relato pretende realizar en el lector su labor pedagógica. Y, en efecto, como “un maestro de vida” se señala a sí mismo Dostoievski en una trama en la que como padre, antes que como escritor, busca relacionarse con las circunstancias de su hijo muerto, a través de la lectura de un relato que éste escribió antes de morir.
Coetzee no se aleja de las técnicas del relato tradicional y nos presenta una trama que contiene breves dosis de suspenso, combinadas con erotismo y una descripción del entorno ruso de la séptima década del siglo XIX. Pero esto es apenas una parte del magistral relato. La otra parte la va descubriendo el lector sólo si resulta capaz de seguir las reglas de lectura que el propio texto propone, es decir, sólo si como receptor mantiene una disposición espiritual de total apertura: “la lectura es entregarse, rendirse, no mantenerse distante ni burlón”, dirá Dostoievski al personaje Maximov, personaje que desde su nombre simboliza el prepotente poder judicial. La premisa, no obstante, se aplica a todo el que quiere ser buen lector y descubre que no está solamente frente a un relato de suspenso, una novela romántica, o una biografía novelada, sino que está leyendo todo esto y algo más: los entretelones de la trama, las íntimas desgarraduras desde donde surgió la obra dostoievskiana.
El libro, escrito a la manera de las grandes relatos decimonónicos, abre con una fecha: octubre, 1869. El dato señala un año de violencia revolucionaria en Rusia y alude también a un momento crítico en la vida del escritor ruso, quien, por entonces cumplía 49 años. El arte narrativo de Coetzee nos va descubriendo cómo Dostoievski a partir de la búsqueda de sentido de la muerte de su hijo, se cuestiona el sentido de su propia existencia, incluida la pertinencia de su obra literaria. En uno de los momentos climáticos de la novela confrontará esta obra con el mencionado relato que Pavel ha dejado entre sus pertenencias antes de morir. Relato que lo convierte en un representante juvenil de la visión romántica del mundo. Es aquí cuando entran en juego otros personajes, entre los que se puede destacar por su importancia, Matryona.
Matryona no es el nombre más apropiado para una niña, dice el escritor, en una especie de guiño, porque si se sugiere que el nombre corresponde mejor a una anciana, el lector piensa en las “matriuskas”, esas madres que “engendran” dentro de sí toda una colección de muñecas cada vez más pequeñas. Matryona es el personaje infantil lindandando con la pubertad, a través del cual el autor logra un fino acercamiento al tema de cómo despertar la sensibilidad a través del erotismo. Un erotismo que trasciende lo físico y lo fisiológico abriendo la posibilidad de “penetrar en el alma del otro”, de generar una nueva vida.
De todo lo anterior va surgiendo la siguiente tesis: la literatura es un medio por el cual se ejerce la seducción y por tanto una manera “perversa” de asomarse a la intimidad del otro; es, en síntesis, una fuente de placer que predispone a los “inocentes” para que dejen de serlo, es una especie de árbol de la ciencia del bien y del mal, sin el pecado de soberbia. Dostoievski a través de Coetzee plantea esta tesis; y es justamente este autor quien crea una línea de continuidad entre el escritor decimonónico y nuestra época. Coetzee, en esta novela no sólo retoma sin reversas los recursos de la novela realista del siglo XIX sino que pretende descubrirnos las reglas de lectura implícitas en toda obra literaria. Reglas, que dicho sea de paso, los lectores actuales hemos descuidado.
El maestro de Petersburgo del escritor sudafricano J. M. Coetzee es un relato basado en un episodio de la vida de Fiodor Dostoievski, pero también es un homenaje a las técnicas de la literatura realista, y una alusión a la metafísica de la creación literaria. El texto, traducido por Miguel Martínez Lage, se distribuye en México por la editorial Debolsillo en su colección Contemporánea con un título que resulta sugerente porque remite de modo inmediato al mencionado escritor ruso y porque apunta a la idea de que el relato pretende realizar en el lector su labor pedagógica. Y, en efecto, como “un maestro de vida” se señala a sí mismo Dostoievski en una trama en la que como padre, antes que como escritor, busca relacionarse con las circunstancias de su hijo muerto, a través de la lectura de un relato que éste escribió antes de morir.
Coetzee no se aleja de las técnicas del relato tradicional y nos presenta una trama que contiene breves dosis de suspenso, combinadas con erotismo y una descripción del entorno ruso de la séptima década del siglo XIX. Pero esto es apenas una parte del magistral relato. La otra parte la va descubriendo el lector sólo si resulta capaz de seguir las reglas de lectura que el propio texto propone, es decir, sólo si como receptor mantiene una disposición espiritual de total apertura: “la lectura es entregarse, rendirse, no mantenerse distante ni burlón”, dirá Dostoievski al personaje Maximov, personaje que desde su nombre simboliza el prepotente poder judicial. La premisa, no obstante, se aplica a todo el que quiere ser buen lector y descubre que no está solamente frente a un relato de suspenso, una novela romántica, o una biografía novelada, sino que está leyendo todo esto y algo más: los entretelones de la trama, las íntimas desgarraduras desde donde surgió la obra dostoievskiana.
El libro, escrito a la manera de las grandes relatos decimonónicos, abre con una fecha: octubre, 1869. El dato señala un año de violencia revolucionaria en Rusia y alude también a un momento crítico en la vida del escritor ruso, quien, por entonces cumplía 49 años. El arte narrativo de Coetzee nos va descubriendo cómo Dostoievski a partir de la búsqueda de sentido de la muerte de su hijo, se cuestiona el sentido de su propia existencia, incluida la pertinencia de su obra literaria. En uno de los momentos climáticos de la novela confrontará esta obra con el mencionado relato que Pavel ha dejado entre sus pertenencias antes de morir. Relato que lo convierte en un representante juvenil de la visión romántica del mundo. Es aquí cuando entran en juego otros personajes, entre los que se puede destacar por su importancia, Matryona.
Matryona no es el nombre más apropiado para una niña, dice el escritor, en una especie de guiño, porque si se sugiere que el nombre corresponde mejor a una anciana, el lector piensa en las “matriuskas”, esas madres que “engendran” dentro de sí toda una colección de muñecas cada vez más pequeñas. Matryona es el personaje infantil lindandando con la pubertad, a través del cual el autor logra un fino acercamiento al tema de cómo despertar la sensibilidad a través del erotismo. Un erotismo que trasciende lo físico y lo fisiológico abriendo la posibilidad de “penetrar en el alma del otro”, de generar una nueva vida.
De todo lo anterior va surgiendo la siguiente tesis: la literatura es un medio por el cual se ejerce la seducción y por tanto una manera “perversa” de asomarse a la intimidad del otro; es, en síntesis, una fuente de placer que predispone a los “inocentes” para que dejen de serlo, es una especie de árbol de la ciencia del bien y del mal, sin el pecado de soberbia. Dostoievski a través de Coetzee plantea esta tesis; y es justamente este autor quien crea una línea de continuidad entre el escritor decimonónico y nuestra época. Coetzee, en esta novela no sólo retoma sin reversas los recursos de la novela realista del siglo XIX sino que pretende descubrirnos las reglas de lectura implícitas en toda obra literaria. Reglas, que dicho sea de paso, los lectores actuales hemos descuidado.
y para terminar unos datos sobre el autor:
J. M. Coetzee nacido en Ciudad del Cabo y criado en Sudáfrica y en los Estados Unidos es, sin duda, uno de los escritores más importantes que ha dado en estos últimos años Sudáfrica. En 1974 publicó su primera novela, Duskland. Le siguieron En medio de ninguna parte (1977), Esperando a los bárbaros (1980), Vida y época de Michael K.(1983) que le reportó su primer Booker Prize y el Prix Étranger Femina; Foe (1986); La Edad de Hierro (1990); y Desgracia (1999); éste último le valió un segundo Brooker Prize y el Premio Nobel en 2003. El maestro de Petersburgo fue una novela que publicó en 1994 y en ella condensa las ideas que Dostoievski manejó sobre su poética; es decir, un arte literario lanzado como un artilugio para “cazar a Dios” en el sentido de que la literatura exige como precio el quedar vacío, entregarse totalmente. La enseñanza de vida del maestro de Petersburgo se condensa en las últimas palabras del texto; el escribir no puede tener otro sabor que el de la hiel.
J. M. Coetzee nacido en Ciudad del Cabo y criado en Sudáfrica y en los Estados Unidos es, sin duda, uno de los escritores más importantes que ha dado en estos últimos años Sudáfrica. En 1974 publicó su primera novela, Duskland. Le siguieron En medio de ninguna parte (1977), Esperando a los bárbaros (1980), Vida y época de Michael K.(1983) que le reportó su primer Booker Prize y el Prix Étranger Femina; Foe (1986); La Edad de Hierro (1990); y Desgracia (1999); éste último le valió un segundo Brooker Prize y el Premio Nobel en 2003. El maestro de Petersburgo fue una novela que publicó en 1994 y en ella condensa las ideas que Dostoievski manejó sobre su poética; es decir, un arte literario lanzado como un artilugio para “cazar a Dios” en el sentido de que la literatura exige como precio el quedar vacío, entregarse totalmente. La enseñanza de vida del maestro de Petersburgo se condensa en las últimas palabras del texto; el escribir no puede tener otro sabor que el de la hiel.
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