Aquellos veranos en "La Purísima"

No terminan,
nuestros sueños jamás terminan
nuestro amor ha de ser feliz un infinito
sin temor de despedida,
sin final, eternamente.
Mi corazón será siempre tuyo,
tú serás mi vida, mi gran amor,
tra, ra ra ....
nuestros sueños jamás terminan
nuestro amor ha de ser feliz un infinito
sin temor de despedida,
sin final, eternamente.
Mi corazón será siempre tuyo,
tú serás mi vida, mi gran amor,
tra, ra ra ....
Raquel, nuestra prima, venía cada verano a México, más bien dicho a Aguascalientes, o todavía más, venía a la calle San Luis, al barrio de La Purísima, a la casita de mi abuelita Leonor. Cada verano era una fiesta. La calle olía a tierra mojada, Raquel olía a limpieza, a muchacha morena de pelo negro y lacio. Raquel era más que una fiesta, era toda una alegría. Tenía la piel suave, un vellito fino le cubría los brazos, y era agradable colgarse de su brazo y caminar así rumbo al Parque Hidalgo aquellas tardes de julio.
Nunca peleamos. Raquel era como una hermana querida y añorada todo el año, hasta que llegaba otra vez el verano y con él mi tía Cuca que viajaba para ver a su querida hermanita, desde Glendale, un pueblo de Arizona. Con doña Cuquita venía Raquel, la nieta criada por ella desde que murió la madre de mi prima.
Raquel sigue siendo una hermosa mujer. Vive en Peoria con Fidencio, su esposo, sus hijos y sus nietos. De pelo negro aún. Sigue viniendo a México, ya no cada verano, pero sí alguna que otra vez y las notas luminosas de las canciones que cantábamos se nos abren en la memoria cuando nos vemos. Se abren también los paisajes de la adolescencia feliz, increiblemente dichosa de aquellos años. La Purísima con su mercado, su gente, el Parque Hidalgo y su nevería con su sinfonola. Nada de eso pertenece al pasado. Ahora mismo podemos encontrar en esa remembranza la sugerencia de un verano infinito.
Raquel sigue siendo una hermosa mujer. Vive en Peoria con Fidencio, su esposo, sus hijos y sus nietos. De pelo negro aún. Sigue viniendo a México, ya no cada verano, pero sí alguna que otra vez y las notas luminosas de las canciones que cantábamos se nos abren en la memoria cuando nos vemos. Se abren también los paisajes de la adolescencia feliz, increiblemente dichosa de aquellos años. La Purísima con su mercado, su gente, el Parque Hidalgo y su nevería con su sinfonola. Nada de eso pertenece al pasado. Ahora mismo podemos encontrar en esa remembranza la sugerencia de un verano infinito.
Comentarios
Saludos