Elvirita, está linda la mar...
Elvirita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar… ya sé que Darío se refería a otro nombre, pero a mí me place, me complace, se me llena el corazón cuando digo a media voz, y hasta cuando me escucho decir mentalmente: Elvirita, te voy a contar un cuento. Este era una vez una pareja de jóvenes, pobres y campesinos, que se casaron siendo casi unos niños y que tuvieron todos los hijos que Dios les iba mandando. Vivían en Santa María, una pequeña comunidad cerca de Betulia, y tampoco les quedaba lejos la Villita, a donde se fueron vivir cuando la guerra Cristera desalojó de sus tierras a muchos rancheros del Bajío. La abuela platicaba que aquellos años fueron llamados “los años del hambre”, sin ningún eufemismo. Las tierras se quedaron sin sembrar y entonces las mujeres le arañaban al monte verdolagas, quelites y cualquier nopalito que se diera por el campo. Carmen, que así se llamaba él, ya en la Villita, a donde había llevado a su mujer y a sus cinco hijos, aprendió a cortar el pelo y se juntó con otro de sus hermanos para rentar un localito a donde llegaban, de tarde en tarde, unos pocos parroquianos a que les rasurara la barba. Pero ya no te puedo seguir contando, me tengo que ir al trabajo, porque si no, don Salvador, el dueño de la tienda, me echa encima su cara de enojado y toda la tarde se la pasa hablando entre dientes. Ya me voy, pero antes, déjame decirte, Elvirita, un poema de Amado: todo en ella encantaba / todo en ella atraía/ su mirada, su gesto, su sonrisa, su andar/ era llena de gracia como el Ave maría / quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar, y es que tú me recuerdas esos versos que el poeta dedicó a su esposa, quizá porque al irte, nos dejaste el mismo vacío que sintió Nervo cuando su amada se quedó inmóvil para siempre.
Ella sube al camión urbano / ingenua como el agua, diáfana como el día/ dieciséis años y ya sabe de la dignidad de pasear en el camión cuatro veces al día, del trabajo a su casa, de la casa al trabajo ¿cómo está Cuquita? Yo bien, señora ¿y usted? ¿Qué se le ofrece? Y esto es diez horas diarias despachando quilos de azúcar, de fríjol, de arroz y de manteca, bajando cajas de galletas de los altos anaqueles, haciendo sumas, sonriendo, contestando siempre amable, sin molestarse, ¿usted no se cansa, Cuquita?, no, señor, yo disfruto mi trabajo, ya ve, y ¿a usted? ¿Cómo le va?, lo veo más mejorado de sus piernas, ya ni siquiera trae su bastón. Ella sube la escalera de mano, baja, camina, sonríe, pregunta, despacha ágilmente, serenamente; no se trata de un autoservicio, es una tienda de abarrotes donde se venden los cereales a granel, y éstos se pesan, se colocan en alcatraces de papel periódico o de papel de estraza y se van juntando con todos los artículos que piden las clientas hasta que éstas completan la lista que apuntan en su “nota”. ¿Es todo, señora? Sí, Cuquita, pero antes de irme, ¿me podría recordar cómo va aquel poema que me recitó el otro día? ¡Ah!, ¿el de los niños?, Sí, el de Juan de Dios Peza. Bien, pero acérquese, que es sólo para usted, y entonces le musita detrás del mostrador: Juan y Margot, dos ángeles hermanos / que engalanan mi hogar con sus cariños/ se entretienen con juegos tan humanos /que parecen personas desde niños. Se lo diría todo señora, pero mejor venga otro día que haya menos gente, porque si don Salvador ve que me entretengo cuando hay tanto cliente que atender…
Cuquita sale del trabajo a las ocho y media de la noche y, en verano, en lugar se subirse de nuevo al camión, que a esa hora va completito, y donde los cuerpos de los hombres se juntan demasiado con su cuerpo breve y bien formado, ella disfruta del paseo por la calle Nieto, llega a la Plaza de Armas, se detiene un momento frente a Catedral y reanuda su camino por la calle Juan de Montoro, mientras piensa: Quiero morir cuando decline el día/ en alta mar y con la cara al cielo/ donde parezca un sueño la agonía/ y el alma un ave que remonta el vuelo/ No escuchar en los últimos instantes/ya con el cielo y con el mar a solas,/más voces ni plegarias sollozantes/que el majestuoso tumbo de las olas. /Morir cuando la luz, triste retira/sus áureas redes de la onda verde, / y ser como ese sol que lento expira:/ algo muy luminoso que se pierde.../Morir, y joven: antes que destruya/el tiempo aleve la gentil corona; /cuando la vida dice aún: soy tuya, /aunque sepamos bien que nos traiciona./ No se pregunta de dónde le nace la nostalgia, porque sabe bien que ésta tiene relación con la historia que le empezó a relatar a Elvira esta mañana. El cuento sigue, pero no es el protagonista un rey que tiene su “tienda hecha del día” y que conduce un “rebaño de elefantes”, solamente le recitaba esos versos a Elvirita los primeros días de su infancia para que la niña se arrullara con las palabras dulces del poema. Ahora, que está decidida a contarle la verdad, sabe que deberá enfrentarla a la temprana muerte de su padre, que se murió de tristeza seguramente, porque nadie se muere de haber tomado unos litros de vino el día anterior, a menos que un hondo dolor se le haya clavado entre pecho y espalda desde incontables años atrás. Y es que, de los cinco niños que llevaron a la Villita se les habían muerto tres: María, Nicolás y José y ahora su mujer está de nuevo embarazada, pero no hay medios para ver al doctor. “Que sea lo que Dios quiera”, se acostó diciendo Carmen, esposo de Leonor, y ya no se levantó.
Ésos fueron tus padres, Elvira y no los que te llevan de paseo en los trenes. No los que nos han dejado sin ti, y a ti sin nosotros. Desde entonces hemos “aprendido a reír con llanto y también a llorar a carcajadas”.
Este relato se deriva de lo que encontré entre las pertenencias de Cuquita, pues ella desde muy joven les pidió la expresión a los poetas modernistas, de los que transcribió innumerables poemas en su libreta de “dos manos”, que yo, su sobrina, tuve la suerte de recuperar entre sus pertenencias cuando ella murió.
Comentarios
tranascripación del comentario de laura Carrillo
Guille
Yo recuerdo con mucho cariño y de la forma como tu menciones a mi Tia Cuquis, una mujer llena de fuerza y con una sensibilidad enorme.
Gracias y felicidades